miércoles, 3 de marzo de 2010

Primera Parte - Spunny

5. MEJOR MEZCLADO QUE AGITADO 1ª PARTE

De la inconsciencia juvenil se ha escrito mucho; psicólogos, psiquiatras, docentes, oportunistas y novelistas, todos han dado su versión, siempre teórica, de cómo la juventud parece carente de sentido común. Yo pondré un ejemplo y dejaré que el haga frente a tanta bibliografía.

El viernes era el día del Sppunny; abría las puertas a las 00:30 y cerraba la música oficialmente a las 07:00, aunque hubo días que el parking se mantuvo abierto hasta las 08:00. Aquella semana era el cumpleaños de Calde, buen amigo, compañero de clase y de fatigas en el Sppunny. Era moreno, de metro setenta y tantos, ojos azules (¿o eran verdes?) y camarero de una discoteca de tarde en la Zona Hermética de Sabadell. Calde hacía 19 años y había que celebrarlo por todo lo alto. Teníamos noticia de una cosecha de setas alucinógenas que alguien había plantado y solo era cuestión de tiempo que encontráramos una excusa para sumergirnos en un universo desconocido. Ese fue mi primer business propio, fue algo que me salió casi de rebote pero de forma innata, como si se suponiera que era lo que debía hacer. Cogí el tren y fui a Cerdanyola, a cuatro paradas de Sabadell, a ver al cultivador de la preciada amanita muskaria. Me dijo que si pillaba una o dos dosis me dejaría la dosis a 15€ la dosis y a partir de las cinco dosis a 10€ cada una. Al día siguiente fui a clase, comenté que valían 15€ y nadie se extrañó pues ese era el precio, me pagaron y cuando hice el recuento vi que diez personas me habían pagado. Cobré 225€ y solo tenía que pagar 150€. Volví a Cerdanyola, le pagué y me llevé las dosis. Mi primer gran éxito; mi primer superventas.

Tristemente ya no recuerdo de quien fue la idea pero el caso es que si tomábamos las setas no podríamos ir al Sppunny, hasta nosotros sabíamos que no se puede llevar al cerebro a esos extremos y encima estar en una discoteca. El más listo de la clase propuso quedar a las 9 de la noche, ir al campus de la universidad, donde sabíamos que la policía jamás pasa por allí y comérnoslas. Así cuando se bajaran, tras cuatro horas de pelotazo, ¡podríamos ir al Sppunny! Fantástica idea. Yo me curé en salud y dije que pasaría la noche en casa de un compañero de clase, jugando a la Playstation y que al día siguiente teníamos una barbacoa, así que hasta la tarde no llegaría. La verdad es que no estaba muy seguro como afectarían los hongos a mi apariencia externa y no quería exponerme a que mis viejos lo vieran. Sobre las nueve de la noche empezó el cóctel; comimos los hongos y nos dejamos llevar. Nadie que no las haya probado puede entender la clase de morado que pegan; jamás podríais imaginar que se siente, como es el viaje… Las pupilas se me dilataron casi al cien por cien, mirabas a alguien a sus ojos y eran una mancha negra enorme (ríete de The Ring), las manos era enormes y torpes, con unos dedos gordos y rechonchos, sin tacto, el cuerpo pesado, la cabeza frágil, los colores preciosos y el mundo entero, o almenos hasta donde llegaba nuestra vista, tenía textura, como si pudiéramos ver las dimensiones de los árboles, sus tonalidades de verdes en todas y cada una de las hojas. Tenía muchas ganas de fumar y no lo conseguía; sacaba un cigarrillo del paquete de tabaco y lo rompía antes siquiera de acercármelo a la boca. La risa era despiadada, sin tregua, te salía de dentro como una ola de fuego que te abrasaba la tráquea. Pasé cuatro horas sentado en las mismas jodidas escaleras, riéndome de uno, luego del otro, luego de mi mismo, luego haciendo ver que no iba ciego… que si uno pierde el mechero entre los bolsillos, jaja, que si uno trata de hacerse un porro y todo se le cae al suelo, jaja, que si yo rompo mi quinto cigarrillo, jaja, que Ana vomita…